La Franja de Gaza se ha convertido en un cementerio a cielo abierto. No solo por los bombardeos, sino por algo aún más cruel: el hambre. Desde octubre de 2023, más de 60 mil personas han muerto, pero ahora la muerte llega sin ruido, sin sangre, sin fuego. Llega lenta, invisible, en los cuerpos consumidos de niños, madres y ancianos que ya no tienen qué comer. La ONU ha sido clara: “El peor escenario de hambruna ya se está desarrollando”. Gaza se apaga, y el mundo lo permite.
Según el último informe respaldado por Naciones Unidas, 470 mil personas viven en condiciones cercanas a la hambruna, y al menos 90 mil mujeres y niños requieren nutrición especializada urgente. Los niveles de desnutrición aguda en menores de cinco años se han cuadruplicado, alcanzando el 16.5%. En los hospitales sin luz, madres desesperadas ven morir a sus hijos por falta de comida. 147 personas han muerto por desnutrición, entre ellas 88 niños. No por enfermedades, no por heridas: por el simple hecho de no tener qué comer.
Mientras tanto, la ayuda humanitaria es bloqueada. Ayer, solo 86 camiones de alimentos entraron a Gaza, cuando se necesitan al menos 500 diarios, según la ONU. Israel asegura haber abierto corredores y pausas humanitarias, pero en las calles la realidad es otra: no hay pan, no hay agua potable, no hay esperanza. La gente cava entre escombros buscando algo que llevarse a la boca. Gaza está muriendo de hambre… y el mundo mira hacia otro lado.
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